Te conseguí la luz del sol a medianoche y el número después del infinito, e instalé la Osa Mayor en tu cabecero de la cama. Y tú seguías ahí como si nada; endulcé el agua del mar para tu sed, te alquilé un cuarto menguante de la luna, Y como buena perdedora busqué en la cama las cosas que el amor no resolvía. Y cómo duele.
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