martes, 18 de diciembre de 2012

Recuerdo cuando no paraba de repetir aquello de "Decirle a alguien que es raro porque no tienes suficiente valor para decirle que es especial". Lástima que ya nada sea, ni por asomo, parecido. No, ahora todo el mundo es raro y yo no me canso de decírselo, pero de ahí a que sean especiales va un trecho. Pero bueno, tiene su gracia, y es que en una de esas absurdas salidas le conocí a él. Todos sabemos que el mejor momento es aquel que ocurre un día que no te imaginas, y que te llevas imaginando años y, para que negarlo, yo siempre he sido la señorita romanticoide que ha soñado con que esto pasara miles de millones de veces. Aunque he aprendido a hacerme la dura. Ahora solo lloro por escrito. Y por supuesto nunca se lo dejo ver a nadie.
Al final, con los años, he llegado a una brillante conclusión, algo así como una filosofía de vida que se puede resumir con la frase: "Hagas lo que hagas, ámalo" , ya sea hablar con desconocidos en el trabajo o llorar por escrito.

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