Recuerdo cuando no paraba de repetir aquello de "Decirle a alguien que
es raro porque no tienes suficiente valor para decirle que es especial".
Lástima que ya nada sea, ni por asomo, parecido. No, ahora todo el
mundo es raro y yo no me canso de decírselo, pero de ahí a que sean
especiales va un trecho. Pero bueno, tiene su gracia, y es que en una de
esas absurdas salidas le conocí a él. Todos sabemos que el mejor
momento es aquel que ocurre un día que no te imaginas, y que te llevas
imaginando años y, para que negarlo, yo siempre he sido la señorita
romanticoide que ha soñado con que esto pasara miles de millones de
veces. Aunque he aprendido a hacerme la dura. Ahora solo lloro por
escrito. Y por supuesto nunca se lo dejo ver a nadie.
Al final, con los años, he llegado a una brillante conclusión, algo así
como una filosofía de vida que se puede resumir con la frase: "Hagas lo
que hagas, ámalo" , ya sea hablar con desconocidos en el trabajo o llorar
por escrito.

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